lunes, 11 de febrero de 2013

Salidas, llegadas


El otro día, Maya me preguntó si era una de esas personas a las que les gustaban los aeropuertos.
—¿Cómo?
—Pues eso. Que si los amas o los odias. Con los aeropuertos, es así. O blanco o negro.
Pero hay muchas cosas que son así para Maya. Blancas o negras, quiero decir; sin matices de gris habitando la región intermedia entre ambos colores. Cosas razonables como la ópera, el arte moderno, el golf, el sushi, la existencia de Dios o las películas en versión original con subtítulos, pero también otras imprevisibles, como el ante, las ensaladas de bolsa, leer un libro o no por su portada, el tenis de playa o las mañanas de domingo. Maya va a cumplir veinticinco años el mes que viene, en julio, y últimamente está de mal humor porque le aterra entrar en la segunda mitad de la veintena, aunque ya le he dicho que no debería esperar nada en particular de ella, ni bueno ni malo. 

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Más ideas interesantes para relatos: una antología de esos momentos destacables que a veces, por no decir siempre, tienen los viajes.

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