sábado, 23 de junio de 2012

'Hear the Wind Sing': los orígenes de Haruki Murakami

Últimamente no he tenido tiempo de leer. Al menos, de leer nada que no tuviera que ver con mis exámenes de Interpretación de Conferencias. En épocas como esta, mis lecturas se parecen a la tele los fines de semana o en uno de estos canales contenedor: libros que ya me he leído varias veces y de los cuales rescato pasajes concretos, textos de poca envergadura, cosas así. 

No obstante, siempre hay una excepción que confirma la regla.

No, no es que la foto sea pequeña, que también. Es que los libros son realmente de ese tamaño. No me haré la guay: cuando vi el paquete me decepcionó un tanto. ¿Qué? Sí, ese es mi edredón. 

Hear the Wind Sing y Pinball 1973, las dos primeras novelas de Haruki Murakami y también los dos primeros títulos de una saga que continuó con La caza del carnero salvaje y Dance Dance Dance. Esta última no se ha traducido al español y en eso concuerda con las dos primeras, que de hecho solo pueden encontrarse en inglés. Parece ser que Murakami nunca ha dado luz verde para su traducción a otros idiomas aparte del original (japonés), ya que considera que sus primeras obras no valen gran cosa. Afortunadamente, en su momento la editorial nipona Kodansha publicó la traducción al inglés para estudiantes japoneses, y gracias a ello algunos tenemos una oportunidad de acceder a ambas novelitas. Como este es el blog de una traductora, aquí el nombre del que traduce el libro sí que cuenta: Alfred Birnbaum. Tengo entendido que ahora es Jay Rubin, si no siempre, al menos sí en muchas ocasiones. Conseguir los libros dichosos, no obstante, es más difícil que de costumbre. Hay que meterse en eBay, buscar alguna oferta barata y fiarte del vendedor, básicamente. No os recomiendo que los encarguéis a una librería multilingüe (y en Granada, por esto del ambiente universitario internacional, las hay francamente buenas). Básicamente, porque os costaría un buen pico extra. Esto me lo recomendó la dueña de uno de los establecimientos que os digo, y la verdad es que le agradezco la sinceridad. 

Total, que a mí la broma me salió por unos 30 euros. No es barato, pero bueno, llevaba tiempo detrás de ellos. Como digo, con el tamaño te quedas un poco parada. Eso es y no es una tontería, ya que al fin y al cabo, al ser tan finitos la lectura se supone breve (claro que estoy acordándome de El elogio de la sombra de Tanizaki; aún más pequeño que estos dos y sin embargo me dejó K.O. a la espera de nuevo intento). Por otra parte, su tamaño, junto a las portadas y las partes de atrás, con la sinopsis escrita en japonés, los convierten en unos libritos bastante curiosos, de esos que gusta enseñar a los demás. Y además me caben en el bolsillo de mi abrigo de paño rojo, lo cual me hace sentir lo más hipster del mundo en invierno, porque es muy cool eso de sacarte un libro del bolsillo, cual conejo de la chistera. Al final hay unas cuantas páginas en las que se recogen algunas expresiones del libro con lo que imagino que serán explicaciones gramaticales o semánticas en japonés, lo cual también es bastante particular. 

Y eso es todo, por lo que se refiere a curiosidades sobre los libros. Bueno, también se llegó a hacer una adaptación cinematográfica de Hear the Wind Sing, dirigida por Kazuki Omori. Desgraciadamente, todo cuanto encontraréis de ella por Internet es el tráiler, que yo me he tragado unas quinientas veces. Lo poco que sacas de él se identifica rápidamente en el libro en su gran mayoría: la escena del accidente, el bar de J, la camiseta de la emisora de radio, la chica de la tienda de discos...

Y si el libro es fino, es porque Hear the Wind Sing es una historia breve, con escasos acontecimientos. Como lectores, asistimos a la narración del verano de un joven universitario, estudiante de Biología, que vuelve a su ciudad natal y pasa gran parte del tiempo con su amigo, apodado 'la Rata' (del japonés nezumi, si mal no recuerdo), en el bar de J, un chino con dotes de observador y psicólogo. Todo esto, no obstante, se nos narra en clave de pasado. Al principio de la novela, el protagonista-narrador nos explica por qué escribe y nos habla por primera vez de su autor de cabecera, el tipo que de una manera u otra constituye su principal influencia literaria. Se trata de Derek Heartfield, escritor imaginario del que se nos proporcionan una serie de datos como estos:
  • Tenía madera para escribir, pero de alguna forma se desinfló al no conseguir reflejar dicho talento en sus tramas y construcciones literarias. Aun así, ese don persiste a lo largo de sus obras como un vestigio.
  • Tras fallecer su madre, y por lo que parece harto de este valle de lágrimas, el tío salta desde el Empire State con un paraguas abierto (por si llovía) y una foto de Hitler apretada en la mano. Podríamos considerar, pues, a Derek Heartfield como el primer suicida del planeta Murakami, lo cual le otorga cierto puesto de pionero, teniendo en cuenta que la lista es larga.
Lo más llamativo de este Derek Heartfield, que por cierto vuelve a aparecer en el epílogo de la obra, son sus citas, que en realidad son como una declaración de intenciones primigenia por parte de Murakami. Así, se nos dice que 'no existe la escritura perfecta, así como tampoco la desesperación perfecta', o se nos manifiesta que para que la escritura surta efecto hay que guardar cierta distancia con respecto a lo que se escribe. Estas son las que yo llamo 'frases Murakami'; ese vínculo directo con tu forma de pensar o tu corazón cuya presencia es imprescindible en esa relación del lector con sus autores predilectos. Por la razón que sea, Murakami parece dirigirse a mí en gran parte de su obra, y esa sensación se manifiesta en frases como estas, pasajes determinados, imágenes...

Una vez entramos, pues, en el verano de los veinte de nuestro protagonista, vivimos con él lo que le sucedió en aquella época y sus sentimientos con respecto a sucesos del pasado. Sabemos así que cuando vuelve a su ciudad natal, si bien en ella está una gran parte de su vida, casi todo cuanto hace es beber cerveza, preferentemente en compañía de la Rata. Sabemos que la Rata odia a los ricos a pesar de ser uno de ellos, pues considera que llevan vidas vacías, que nunca lee (aunque en la segunda parte de la novela se traga unos ladrillos de cuidado, sin que medie explicación alguna), y que se apunta también a lo de escribir novelas, en las que no hay sexo ni muere nadie. Nuestro protagonista, por su parte, ha tenido tres novias: la primera, el típico amor de instituto; la segunda una hippie ingrata que recoge en el metro en plenas manifestaciones universitarias; la tercera, estudiante de francés, se suicida colgándose de un árbol de la universidad (suicida nº 2), no sin antes considerar el pene de nuestro protagonista como su raison d'être (y este es el inicio, tímido pero firme, de las paranoias y rarezas sexuales en el universo Murakami). Ahora, sin novia y por lo visto sin memoria, se dedica brevemente a encontrar a una chica que en su día le prestó un LP de los Beach Boys. La chica le encuentra a él y le dedica, a su vez, la canción California Girls en un programa de radio, y es entonces cuando el protagonista recuerda. Sus intentos de encontrarla, no obstante, son en vano, y la misteriosa chica desaparece sin llegar a conocerse su identidad. Sin embargo, hay una quinta chica que sí se mantiene hasta el final de la novela y a la que el protagonista recoge una noche etílica: una joven dependienta de una tienda de vinilos a la que le falta un dedo de la mano. Si bien al principio, dadas las circunstancias del primer encuentro, la joven desconfía del protagonista, con el tiempo se desarrolla entre ellos una amistad tan intensa como breve y de límites difusos, en la que descubriremos algunos detalles de ella y su familia.

Y esto es todo. ¿Ya está?, pensaréis muchos. Pues sí. Ya está, eso es todo. Y por supuesto, una se queda pensando que sabe a poco y que se echa en falta un mayor desarrollo de la historia o al menos de alguna de sus tramas, una raison d'être que sea tan válida como la del miembro viril del protagonista. Pero la cuestión es que acaba ahí, concluye en cierto punto sin decir más. No está mal, pero...

Así pues, desde luego Hear the Wind Sing cumple con todas las características de la primera novela que ya promete pero que aún se delata en varios puntos: ciertas partes que se hacen menos interesantes, esa impresión de carecer de trama sólida (aunque bien mirado, eso no tiene por qué ser patrimonio exclusivo de las operas primas), la inconsistencia de los personajes (insisto en lo de la Rata que nunca jamás leía y de repente se estrena con autores áridos), etc. Sin embargo, y con respecto a la promesa de algo bueno, sí detectas ya a Murakami en muchos detalles: los diálogos y el aire general de la novela, a caballo siempre entre la cotidianeidad y la lírica, ciertas imágenes muy poderosas e igualmente poéticas como la que explica el título del libro, las referencias culturales y musicales importadas de Occidente, esa prosa sencilla pero contundente que tan bien nos llega a algunos. 

No está mal para la primera incursión en la literatura de alguien cuyos cantos de sirena a este mundo tuvieron lugar en un partido de béisbol, mientras contemplaba el vuelo de la pelota. O eso dice él, y siendo como es un escritor de renombre mundial, se puede permitir el lujo.

El de la camiseta blanca es el prota, el otro la Rata. ¡Yo pensaba que era al revés!
Lo mejor: pues eso, que ya se insinúa el Murakami de obras posteriores.
Lo peor: paradójicamente, lo mismo. Si os tomáis la molestia de leer en profundidad la obra de este señor, pronto os percataréis de que el buen hombre tiene sus temas recurrentes, a los que vuelve una y otra vez. Nos puede pasar a todos y de hecho a mí me sucede y probablemente sea un nexo de unión más con él. Pero si a mí, que me trago todo lo que escribe y publica infaliblemente, me molesta a veces, a otros os puede parecer directamente repetitivo al cabo de unos cuantos libros.

Y eso es todo, salvo que se me olvide algo y actualice más tarde. Bueno, sí: Pinball 1973 no sé cómo será, pero en La caza del carnero salvaje ya suceden 'cosas' tal cual, y Dance Dance Dance es directamente de lo mejor que he leído de él, si bien no de lo más sencillo. 

Ah, y por último: ¿sabíais que Haruki Murakami también es traductor? Ha traducido y es gran admirador de la obra de Raymond Carver, lo cual se hace muy evidente en cuanto lees a ambos autores y compruebas de primera mano la gran influencia del segundo sobre el primero. 

¡Hasta la próxima, pues!