domingo, 5 de mayo de 2013

Daniel y Violante, #1 ('Mar muerto')


Cerveza medio tibia, cosas que no funcionan y entre los dos este silencio que sin embargo está lleno, maduro, listo para caer del árbol, sobre tu cabeza o la mía, para probar así la ley física de nuestro distanciamiento.

lunes, 1 de abril de 2013

En la playa ("Mar muerto")


Irene asintió en silencio, entrecerrando los ojos y agachando la cabeza para que no le molestase tanto el sol, y señaló con el dedo varios montoncitos de arena con algas y palitos de madera que estaban fuera de las murallas.
—¿Y eso qué es?
(...)
 —Eso son tumbas. Es un cementerio.
—¿Para quién?
—Para la gente del imperio que se va muriendo. Mira, estas son las cruces. Las he hecho con palitos de helado y trocitos de madera que encontraba por ahí, y las algas son como si fueran coronas de flores.
—Qué macabro —dijo Irene, haciendo una mueca.
—¿Qué significa macabro?
—Que da susto.
Yo me encogí de hombros, buscando más piedras redondas y grises para un lado desprotegido que acababa de descubrir en las murallas.
—La gente se muere. ¿Es hora de merendar?
—No lo sé. ¿Quieres que enterremos algo de verdad?
—¿Como qué?
—Hay una babosa gorda ahí, al lado de esas chanclas azules —señaló Irene—. Podemos ir y cogerla y enterrarla. Yo creo que está muerta, porque la han sacado unos niños del agua y le han clavado palos.
(...)
Cuando el hoyo estuvo listo, echamos la babosa muerta en él y nos quedamos mirándola.
—¿Y ahora qué?
—No sé. ¿Le rezamos una oración?
—Pero las oraciones son para las personas.
—Pero es que si no, no va a parecer un entierro.
—En un entierro también se está triste y no estamos tristes, y también se va con ropa normal y nosotras estamos en bañador.
—Y con el culo lleno de arena —volvió a reírse Irene—. Vaya rollo de entierro.
—Vamos a pedirle dinero a mamá para comprarnos helados en el quiosco.
—Pero primero enterramos a la babosa.
—Bueno.
Al final, nos turnamos para echar montones de arena mojada a la tumba, hasta que la babosa desapareció de nuestra vista. Irene se quedó mirando la tumba, puso un trozo de alga encima y dijo:
—En la arena he dejado mi alma.
Reconocí la canción de la misa de los domingos y sacudí la cabeza:
—Mi barca. En la arena he dejado mi barca, burra.
—Que no, que es alma.
—Que no, que es barca, que siempre me toca sentarme al lado del padre Darío y dice barca.
—Pero si dices alma suena más bonito.
Eso era verdad.
Fuimos a por el dinero para los helados y echamos una carrera hasta el quiosco. Luego nos los comimos junto a la silla del abuelo Lauro.
(...)

Aquella noche nos llevaron a cenar a la hamburguesería de debajo de nuestro apartamento, y luego al paseo marítimo a ver las figuras gigantes de arena que hacía un chico joven en la playa por las noches, rodeándolas de antorchas, y después fuimos al mercado que los niños del pueblo hacían con sus cosas y pequeños tesoros al final del todo, cerca de la heladería grande, y cada una nos compramos una piedra redonda, pulida y blanca, con dibujos preciosos, y no hacía falta nada más, ni nada menos tampoco, para ser feliz.

domingo, 31 de marzo de 2013

Dolor ("Mar muerto")


Son los ojos de Daniel los que me dan el primer golpe. Es la expresión desencajada de su cara la que me anuncia una dimensión nueva del sufrimiento.
—Vio, toma.
Ahora soy yo la que no quiere coger el teléfono.
—¿Qué ha pasado?
—Vio, cógelo, por favor.
Cojo el teléfono y una voz de hombre me anuncia que Irene ha muerto, y en el instante que habita el espacio entre ambos hechos los brazos de Daniel me rodean y me aprietan como si se hubieran propuesto partirme en dos, y su llanto ronco se inicia mientras se me doblan las rodillas y se me corta el aliento, y un segundo más tarde solo soy y oigo y veo y trago y respiro dolor, dolor, dolor negro, dolor enloquecedor, dolor sin fin, dolor. 

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Con esta historia, sí. Con esta historia, lo veo. Se está escribiendo sin prisa, pero sin pausa. Se está soltando de mi mano, crece sola. A ver dónde me lleva.

lunes, 11 de febrero de 2013

Salidas, llegadas


El otro día, Maya me preguntó si era una de esas personas a las que les gustaban los aeropuertos.
—¿Cómo?
—Pues eso. Que si los amas o los odias. Con los aeropuertos, es así. O blanco o negro.
Pero hay muchas cosas que son así para Maya. Blancas o negras, quiero decir; sin matices de gris habitando la región intermedia entre ambos colores. Cosas razonables como la ópera, el arte moderno, el golf, el sushi, la existencia de Dios o las películas en versión original con subtítulos, pero también otras imprevisibles, como el ante, las ensaladas de bolsa, leer un libro o no por su portada, el tenis de playa o las mañanas de domingo. Maya va a cumplir veinticinco años el mes que viene, en julio, y últimamente está de mal humor porque le aterra entrar en la segunda mitad de la veintena, aunque ya le he dicho que no debería esperar nada en particular de ella, ni bueno ni malo. 

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Más ideas interesantes para relatos: una antología de esos momentos destacables que a veces, por no decir siempre, tienen los viajes.

domingo, 13 de enero de 2013

"Mar muerto", un relato propio

...En ocasiones mi peor crítico (es decir: yo) asiente con la cabeza y da su aprobación a lo que traigo entre manos. Rara vez sucede, pero merece la pena porque es una de esas ocasiones en las que pienso que realmente puedo lograrlo...escribir, digo. Que realmente tengo lo que hace falta, aunque sea en una dosis mínima.


Tras la muerte de Irene, el primer recuerdo que tuve de ella fue la forma en que solía comer naranjas.(...)  
Hacía ya tiempo que se había granjeado la confianza de Libertad, la joven frutera, que le dejaba escoger personalmente, sopesando cada fruta hasta llenar una bolsa transparente con un kilo de las mejores. Esa, no obstante, era solo la primera fase de un casting cítrico que se repetía religiosamente cada día, a la hora del postre. 
Mar muerto es un relato sobre la muerte, antes y después de ella, sobre el duelo, sobre el luto, sobre querer ser nada para que así no duela. Sobre comprender que solo hay una forma de llegar a eso. Y me gusta, me gusta hasta a mí, disfruto escribiéndolo. Así que a ver qué saco en claro de él.